Se gastan millones en estudiar el comportamiento animal para determinar en la mayoría de los casos lo que muchos ya conocemos, que sienten mucho más de lo que imaginamos, que son capaces de amar igual que nosotros y que son muy listos, mucho más que nosotros. Si nos quedáramos de la noche a la mañana sin nuestro preciado mundo globalizado, si tuviésemos que buscarnos la vida a través de lo que la naturaleza nos proporciona, sobrevivir en ese ecosistema de ahí afuera… sin duda alguna cualquier especie nos llevaría la delantera, porque ellos sí viven, sí palpan cada día ese otro mundo –para nosotros tan lejano y extraño- que visitamos en ocasiones yendo a un parque o de excursión por algún sendero señalizado y apto para humanos… como si fuéramos extraterrestres en un mundo desconocido.
Este no es más que nuestro propio hábitat, el mismo que compartimos con nuestros entrañables amigos, los reyes del planeta, los animales.
“En el amor desinteresado de un animal, en el sacrificio de sí mismo, hay algo que llega directamente al corazón del que con frecuencia ha tenido ocasión de comprobar la amistad mezquina y la frágil fidelidad del Hombre natural”.