Todo lo que necesito

love

“Cuando no hay conocimiento propio, la autoexpresión se vuelve autoafirmación”

Juddi Krishnamurti



 


¿Qué necesitas? ¿qué es todo lo que necesitas en tu vida para sentirte feliz? Porque ¿qué es la felicidad?
Al fin y al cabo la felicidad es algo diferente para cada uno y efímero en sí misma, ya que si nos mantuviéramos en ese estado eternamente, la felicidad se transformaría en otra cosa.
Anhelamos aquello que no tenemos, perseguimos un sueño febril y desquiciado impuesto por quienes no saben acerca del Alma, por aquellos que solo se nutren de su propia ignorancia y miedo.

Creemos que necesitamos mucho para sentirnos completos, que sin las miles de “cosas inútiles” que nos venden, seremos mejores y nos querrán más… Sin ser del todo conscientes de que lo que buscamos con tanta desesperación se encuentra de la manera más sencilla jamás imaginada y sin hacer absolutamente nada extraordinario. Porque todo lo que ansiamos es  Amor y todo lo que tenemos que hacer es creer en él. Amar sinceramente.

BLÜ



RADIOHEAD – ALL I NEED
 


 
Jiddu Krishnamurti:

La relación es el espejo en el que nos vemos a nosotros mismos tal como somos. Toda vida es un movimiento en relación. No existe nada viviente sobre la Tierra que no esté relacionado con una cosa u otra. Aun el ermitaño, un hombre que se marcha a un paraje solitario, sigue en relación con el pasado y con aquellos que le rodean. No es posible escapar de la relación. En esa relación, que es el espejo que nos permite vernos a nosotros mismos, podemos descubrir lo que somos, nuestras reacciones, nuestros prejuicios y temores, las depresiones y ansiedades, la soledad, el dolor, la pena, la angustia. También podemos descubrir si amamos o si no hay tal cosa como el amor. Por lo tanto, examinaremos este problema de la relación, porque la relación es la base del amor.

La relación es la cosa más extraordinariamente importante que hay en la vida. Si no comprendemos esa relación, no podremos crear una nueva sociedad. Vamos a investigar muy detenidamente qué es la relación, por qué los seres humanos, durante toda su larga existencia como tales, jamás han tenido una relación sin sentimiento posesivo, sin opresión, apego, contradicción, etc. ¿Por qué existe siempre esta división: hombre y mujer, nosotros y ellos?
Nos preguntamos cuál es, de hecho, la relación que ahora tenemos el uno con el otro, no la relación teórica, romántica o idealista todas irreales, sino la factual, la relación cotidiana que tienen entre sí el hombre y la mujer. ¿Están relacionados en absoluto? Existe la relación biológica; esa relación es sexual, placentera. Es posesión, apego, diversas formas de intrusión mutua.
¿Qué es el apego? ¿Por qué tenemos una necesidad tan tremenda de apego? ¿Qué implica el apego? ¿Por qué nos apegamos? Cuando estamos apegados a cualquier cosa, siempre hay miedo, miedo de perder aquello a lo que uno se apega. Hay siempre un sentimiento de inseguridad. Por favor, obsérvenlo en sí mismos. Siempre existe un sentido de separación. Estoy apegado a mi esposa. Me apego a ella porque me brinda placer sexual, el placer de su compañía. Ustedes conocen todo esto sin que yo se lo diga. Estoy, pues, apegado a ella, lo cual quiere decir que estoy celoso, atemorizado. Donde hay celos, hay odio. Y, ¿es amor el apego? Ése es un aspecto a observar en nuestra relación.
 
Entonces, en nuestra relación cada uno ha creado, a través de los años, una imagen con respecto al otro. Esas imágenes que él y ella han creado, constituyen la relación. Pueden dormir juntos, pero el hecho es que tiene cada uno de ellos una imagen del otro, y en esa relación entre imágenes, ¿cómo puede haber una relación verdadera, factual con el otro? Todos, desde la infancia, hemos formado imágenes acerca de nosotros mismos y de los demás. Esta pregunta que nos formulamos es muy, muy seria: ¿Podemos vivir sin una sola imagen en nuestra relación? Por cierto, todos ustedes tienen una imagen de quien les habla, ¿no es así? Obviamente, la tienen. ¿Por qué? Ustedes no lo conocen, de hecho no lo conocen. Él se sienta en un estrado y habla, pero ustedes no se relacionan con él, porque tienen a su respecto una imagen. Han creado una imagen de él y tienen sus propias imágenes personales respecto de sí mismos. Tienen innumerables imágenes de los políticos, de los hombres de negocios, del gurú, de esto y aquello. ¿Puede uno vivir profundamente sin una sola imagen? La imagen puede ser una conclusión acerca de nuestra esposa, una representación mental, una imagen sexual; puede ser la imagen de un vínculo mejor y así sucesivamente. ¿Por qué los seres humanos tenemos imágenes en absoluto? Por favor, formúlense esta pregunta. Cuando tienen una imagen del otro, esa imagen les comunica una sensación de seguridad.
 
El amor no es pensamiento. El amor no es deseo, no es placer, no es el movimiento de imágenes; y en tanto uno tenga imágenes del otro, no hay amor. Y nos preguntamos: ¿Es posible vivir una vida sin una sola imagen? Entonces están relacionados el uno con el otro. Tal como sucede hoy en día, es igual que si fueran dos líneas paralelas que jamás se encuentran, excepto sexualmente. Un hombre va a la oficina, es ambicioso, codicioso, envidioso, procura alcanzar una posición en el mundo de los negocios, en el mundo religioso, en el profesional; y la mujer moderna también se va a la oficina, y ambos se encuentran en el hogar para engendrar hijos. Y surge todo el problema de la responsabilidad, el problema de la educación, de la total indiferencia. A ustedes no les importa lo que después puedan ser sus hijos, lo que pueda pasarles. Quieren que sean como ustedes: un casamiento seguro, una casa, un buen empleo, etc. ¿Correcto? Ésta es nuestra vida, nuestra vida cotidiana, y es realmente una vida deplorable. Por consiguiente, si se preguntan por qué los seres humanos viven a base de imágenes -todos sus dioses son imágenes, el dios cristiano, el dios musulmán y el dios de ustedes-, verán que éstas son creadas por el pensamiento, y el pensamiento es inseguro, temeroso. No hay seguridad en las cosas producidas por el pensamiento. ¿Es posible, entonces, liberarnos de nuestro condicionamiento en la relación? O sea, observar atenta, minuciosa y persistentemente, en el espejo de la relación, cuáles son nuestras reacciones, si son mecánicas, si son producto del hábito, de la tradición. En ese espejo descubrimos realmente lo que somos. En consecuencia, la relación es extraordinariamente importante.
 
Tenemos que investigar qué es observar. ¿Cómo observan, en el espejo de la relación, lo que son realmente? ¿Qué significa observar? Ésta es, en verdad, otra cosa importante que hemos de descubrir. ¿Qué significa mirar? Cuando miran un árbol, que es la cosa más bella, más exquisita que hay sobre la Tierra, ¿cómo lo miran? ¿Lo miran alguna vez, miran alguna vez la Luna nueva, el contorno de la Luna nueva, tan delicada, tan pura, tan joven? ¿Alguna vez la han mirado? ¿Pueden mirarla sin usar la palabra "luna"? Todo esto, ¿les interesa realmente? Continuaré, como un río que prosigue su curso. Ustedes están sentados a la orilla del río y lo contemplan, pero jamás llegan a ser el río, porque nunca participan del río, nunca se unen a la belleza del movimiento que no tiene principio ni fin. Así que, por favor, consideren lo que es observar.
 
Cuando observan un árbol, o la Luna, algo exterior a ustedes, siempre usan las palabras "árbol", "luna". ¿Pueden mirar la Luna, el árbol, sin nombrarlos, sin el contenido de la palabra, sin identificar la palabra con el árbol, con la cosa? Ahora bien, ¿pueden mirar a la esposa, al marido, a los hijos, sin las palabras que los identifican, sin las imágenes? ¿Lo han intentado alguna vez? Cuando observan sin una palabra, sin un nombre, sin la forma que han creado respecto de él o de ella, en esa observación no hay un centro desde el cual estén observando. Descubran qué ocurre entonces. La palabra es pensamiento. El pensamiento se origina en la memoria. Tenemos, pues, la memoria, la palabra, el pensamiento, la imagen que interfiere entre uno mismo y el otro, ¿Correcto? Pero no hay pensamiento que mire, que observe, pensamiento en el sentido de la palabra, del contenido y significado de la palabra. Entonces, en esa observación no hay un centro como el "yo" que mira al "tú". Sólo así hay una verdadera relación con el otro. En ello existe la cualidad de aprender, una cualidad, de indudable sensibilidad y belleza.
 
La Mente que no Mide
Madrás, India, 26 de diciembre de 1982

 
¿Han mirado alguna vez a la propia esposa, al marido, a los hijos, al vecino, al jefe o a alguno de los políticos? En tal caso, ¿qué han visto? La imagen que tiene de la persona, la imagen que tienen de sus políticos, del primer ministro, de su dios, de su esposa, de sus hijos; esa imagen es lo que miran. Y esa imagen se ha formado a causa de la relación, o de sus temores, o de sus esperanzas. El placer sexual y otros placeres que hemos tenido con nuestra esposa, nuestro esposo, así como la ira, la adulación, el consuelo, todas las cosas que trae consigo la vida de familia -que es una vida abrumadora- han creado una imagen respecto de la esposa o el esposo. Con esa imagen miramos. De igual modo, nuestra esposa o nuestro esposo tienen una imagen de nosotros. Por lo tanto, la relación entre nosotros y nuestra esposa o nuestro esposo, entre nosotros y el político es, en realidad, la relación entre dos imágenes. ¿Correcto? Eso es un hecho. ¿Cómo pueden dos imágenes, que son el resultado del pensamiento, del placer y demás, tener relación alguna de afecto o amor?
Por consiguiente, la relación entre dos individuos, muy íntimamente unidos o muy lejanos, en una relación de imágenes, símbolos, recuerdos. Y en eso, ¿cómo puede haber verdadero amor? ¿Comprenden la pregunta?
 
Yo tengo una imagen de usted y usted una imagen de mí. Yo tengo una imagen de la otra persona como mi esposa o marido o lo que fuere, y la otra persona también tiene una imagen de mí. La relación es entre estas dos imágenes y nada más. Tener una relación con otro sólo es posible cuando no hay imagen. Cuando yo puedo mirarlo a usted y usted puede mirarme a mí sin la imagen de la memoria, de los insultos y todos lo demás, entonces hay una relación, pero la naturaleza misma del observador es la imagen, ¿verdad? Mi imagen observa su imagen, si es posible observarla, y a esto lo llamamos relación, pero es una relación entre dos imágenes, es una relación que no existe, porque ambos somos imágenes. Estar relacionado significa estar en contacto. El contacto debe ser algo directo, no entre dos imágenes. Requiere muchísima atención, mucha percepción alerta mirar a otro sin la imagen que tenemos de esa persona, siendo la imagen los recuerdos acerca de esa persona, cómo nos ha insultado, cómo nos ha complacido, cómo nos ha dado placer, esto o aquello. Sólo cuando entre dos seres humanos no hay imágenes, existe una relación.
 
Si queremos mirar una flor, cualquier pensamiento acerca de esa flor nos impide mirarla. Las palabras rosa, violeta, es esta flor, aquella flor, es de tal especie, etc., nos impide observarla. Para poder mirar, no tiene que haber interferencia alguna de la palabra, que es la exteriorización del pensamiento. Tenemos que estar libres de la palabra, y para mirar tiene que haber silencio; de lo contrario, es imposible mirar. Si miramos a nuestra mujer o a nuestro marido, todos los recuerdos que tenemos, ya sea de placer o de dolor, interfieren con el mirar. Sólo cuando miramos sin la imagen, existe una relación. Mi imagen verbal y la imagen verbal del otro no se relacionan en absoluto. Carecen de existencia real.
 
Primero uno debe ser consciente de la existencia de la imagen, darse cuenta de ella, conocerla, no de manera verbal, intelectual, sino conocerla realmente como un hecho. Esto es algo extremadamente difícil, porque conocer la imagen implica muchas cosas. Yo puedo conocer, puedo observar este micrófono, eso es un hecho. Puedo nombrarlo de distintas maneras, pero si ustedes saben qué es lo que designo con estos nombres, ven la realidad de ese hecho. Pero una cosa muy diferente es comprender la imagen sin interpretación alguna, ver el hecho de esa imagen, verlo sin el observador, puesto que el observador es el hacedor de la imagen y la imagen es el pensamiento del observador. Ésta es una cosa muy compleja. Uno no puede decir: «Destruiré la imagen», y meditar al respecto o practicar alguna clase de truco o hipnotizarse a sí mismo diciéndose que puede destruir la imagen; no es posible hacerlo así. Ello requiere una comprensión extraordinaria. Requiere gran atención y exploración, no una conclusión circunstancial; un hombre que explora jamás puede llegar a una conclusión. Y la vida es un río inmenso que fluye, que se mueve sin cesar. A menos que uno lo acompañe libremente, con gozo, con sensibilidad, con gran júbilo, no ve la belleza plena, el caudal, la claridad de ese río. Por lo tanto, debemos comprender este problema.
 
Cuando usamos la palabra "comprender", nos referimos con ella a una comprensión no intelectual, ¿verdad? Quizás haya comprendido usted la palabra "imagen", cómo ésta es creada por el conocimiento, la experiencia, la tradición, por las diversas tensiones y compulsiones de la vida familiar, por el trabajo en la oficina, los insultos..., todo lo que compone la imagen. ¿Cuál es el mecanismo que elabora esa imagen? ¿Comprende? La imagen tiene que ser formada. Y debe mantenerse; de lo contrario, se disolverá. Por consiguiente, es usted quien tiene que descubrir cómo funciona ese mecanismo. Y cuando comprende la naturaleza y el significado del mecanismo, entonces la imagen misma deja de ser; no sólo la imagen consciente, la imagen que usted tiene conscientemente de sí mismo y de la cual se da cuenta superficialmente, sino que también deja de existir la imagen mucho más profunda; o sea, que llega a su fin la totalidad de la imagen. Espero estar poniendo esto en claro.
 
Uno tiene que investigar y descubrir cómo la imagen surge a la existencia y si es posible detener el mecanismo que la crea. Sólo entonces podrá existir una relación entre seres humanos; no será una relación entre dos imágenes, que son entidades muertas. Esto es muy simple. Usted me halaga, me respeta; y yo tengo una imagen de usted, imagen formada a raíz de los insultos, de los halagos. Conservo experiencias de dolor, muerte, desdicha, conflicto, hambre, soledad. Todo eso crea una imagen en mí; soy esa imagen. No es que yo sea la imagen, ni que la imagen y yo seamos diferentes, sino que el "yo" es esa imagen, el pensador es esa imagen. Es el pensador el que crea la imagen. Con sus respuestas, con sus reacciones -físicas, psicológicas, intelectuales, etc.-, el pensador, el observador, el experimentador crea la imagen mediante la memoria, mediante el pensamiento. Por consiguiente, el mecanismo es el pensar, el mecanismo surge a la existencia a causa del pensamiento. Y el pensamiento es necesario, de otro modo no podríamos existir.
 
Así pues, en primer lugar vea el problema. El pensamiento crea al pensador. El pensador empieza a elaborar la imagen de sí mismo: él es el atman, él es Dios, él es el alma, él es un brahmín o un no brahmín, él es un musulmán, un hindú, etc. El pensador crea la imagen y vive en ella. Por lo tanto, el principio de este mecanismo es el pensar. Y usted preguntará: ¿Cómo puedo detener el pensar? No puede. Pero uno puede pensar y no crear la imagen. Uno puede observar esto, pero ¿por qué debería crear una imagen respecto de sí mismo? Usted crea una imagen de mí como musulmán, comunista o lo que fuere, sólo porque tiene una imagen de sí mismo, la cual me juzga. Pero si no tuviera imagen alguna de sí mismo, entonces me miraría, me observaría sin crear la imagen respecto de mí. Por ese motivo, esto requiere muchísima atención, requiere observar los propios pensamientos y sentimientos.
 
La relación existe sólo cuando es libre, cuando hay libertad respecto de esta formación de imágenes... Examinaremos esto durante las próximas pláticas. Sólo cuando esta imagen se disuelva y cese la formación de imágenes, el conflicto llegará a su fin, habrá una terminación total del conflicto. Únicamente entonces habrá paz, no sólo internamente, sino también en lo externo. Sólo cuando uno ha establecido esa paz interna, la mente, estando libre, puede llegar muy lejos.
 
¿Sabe?, señor, la libertad puede existir sólo cuando la mente no se halla en conflicto. Casi todos vivimos en conflicto, a menos que estemos muertos. Uno se hipnotiza a sí mismo, o se identifica con alguna causa, con algún compromiso, alguna filosofía, secta o creencia; nos identificamos tanto que quedamos completamente hipnotizados y vivimos en un estado de sueño. Casi todos vivimos en conflicto; la terminación de ese conflicto es la libertad. Con el conflicto no puede haber libertad. Uno puede buscarla, puede desearla, pero jamás podrá tenerla.
La relación significa, pues, el fin del mecanismo que elabora la imagen; y con la terminación de ese mecanismo que da origen a la imagen, se establece la verdadera relación. En consecuencia, el conflicto llega a su fin. Y cuando el conflicto se termina hay, obviamente, libertad; libertad real, no como una idea sino como un hecho: el verdadero estado de libertad. Entonces, en ese estado de libertad, la mente, que ya no está más deformada ni torturada ni influida, que no se entrega a ninguna fantasía ni concepción mística, a ninguna visión, esa mente puede llegar muy lejos. Lejos, no en tiempo o espacio, porque no hay espacio ni tiempo donde hay libertad. Uso las palabras "muy lejos" -en realidad, estas palabras nada significan- en el sentido de que podemos descubrir; entonces, en esa libertad hay un estado de vacío, de júbilo, hay una bienaventuranza que ningún dios, ninguna religión, ningún libro pueden darle.
Por eso, a menos que una relación así se establezca entre usted y su esposa, su vecino, su sociedad, entre usted y otras personas, nunca tendrá paz y, por lo tanto, nunca tendrá libertad. Y entonces, como ser humano, no como un individuo, con esa relación podrá transformar la sociedad. No lo hará el socialista, ni lo hará el comunista; ninguno de ellos lo hará. Sólo el hombre que ha comprendido lo que es la verdadera relación, sólo un hombre así puede dar origen a una sociedad en la que el ser humano podrá vivir sin conflicto.
 
Obras completas, volúmenes XVI y XVII
Nueva Delhi, 22 de diciembre de 1966
 
 
Me doy cuenta de que el amor no puede existir cuando hay celos; el amor no puede existir cuando hay apego. Ahora bien ¿es posible para mí estar libre de los celos y el apego? Me doy cuenta de que no amo. Eso es un hecho. No voy a engañarme a mí mismo; no voy a fingir con mi mujer que la amo. No sé qué es el amor. Pero si sé que soy celoso y también sé muy bien que estoy terriblemente apegado a ella y que en el apego hay temor, celos, ansiedad; hay un sentido de dependencia. No me gusta depender, pero dependo porque me siento solo; me empujan por todos lados, en la oficina, en la fábrica, y vengo a mi casa y quiero sentirme cómodo y en compañía, deseo escapar de mí mismo. Ahora me pregunto: ¿Cómo he de liberarme de este apego? Tomo eso sólo como un ejemplo.
 
En primer lugar, quiero zafarme del problema. No sé cómo van a terminar las cosas con mi mujer. Cuando esté realmente desapegado de ella, mi relación con ella puede cambiar. Ella podría apegarse a mí y yo podría no estar apegado a ella ni a ninguna otra mujer. Pero voy a investigar. Por lo tanto, no escaparé de lo que imagino podría ser la consecuencia de estar totalmente libre de apego No sé qué es el amor, pero veo muy claramente, definitivamente sin ninguna duda, que el apego hacia mi mujer; significa celos posesión, miedo, ansiedad; y deseo liberarme de todo eso. De modo que empiezo a investigar; busco un método quedo preso en un sistema. Cierto gurú dice: « Te ayudaré a desapegarte, haz esto y esto , practica esto y aquello». Acepto lo que él dice porque veo la importancia de estar libre, y él me promete que si hago lo que aconseja seré recompensado. Pero veo que de ese modo estoy buscando una recompensa. Veo lo tonto que soy: quiero ser libre y me apego a una recompensa.
No deseo estar apegado y, no obstante, me encuentro apegado a la idea de que alguien o algún libro o algún método me recompensará librándome del apego. Por consiguiente, la recompensa se convierte en un apego. Así que digo: «Mira lo que has hecho; sé cuidadoso, no quedes preso en esa trampa». Ya sea que se trate de una mujer, de un método o de una idea, eso sigue siendo apego. Ahora estoy muy alerta porque he aprendido algo, o sea, no canjear el apego por alguna otra cosa que sigue siendo apego.
Me pregunto: «¿Qué debo hacer para liberarme del apego?». ¿Cuál es mi motivo para querer estar libre del apego? ¿No es que anhelo alcanzar un estado donde no haya apego ni temor ni nada de eso? Y súbitamente me doy cuenta de que el motivo imprime una dirección y que esa dirección dictará mi libertad. ¿Por qué tener un motivo? ¿Qué es el motivo? Un motivo es una esperanza o un deseo de lograr algo. Veo que estoy apegado a un motivo. ¡No sólo mi esposa, no sólo mi idea, no sólo el método que también el motivo se ha convertido en mi apego. De modo que todo el tiempo estoy funcionando dentro del campo del apego: la esposa, el método y el motivo de lograr algo en el futuro. Estoy apegado a todo esto. Veo que es algo tremendamente complejo; no me había dado cuenta que estar libre del apego implicaba todas estas cosas. Ahora lo veo tan claramente como veo en un mapa las carreteras principales, las carreteras secundarias y los poblados; lo veo con mucha claridad. Entonces me digo: «Y bien, ¿es posible para mi estar libre del gran apego que siento por mi esposa y también estar libre de la recompensa que pienso voy a obtener, así como de mi motivo?» Estoy apegado a todo esto. ¿Por qué? ¿Es porque en mí mismo soy insuficiente? ¿Es porque me siento muy, muy solo y por eso busco escapar de la sensación de aislamiento recurriendo a una mujer, una idea, un motivo, como si tuviera que aferrarme a algo? Veo que es así, que me siento solo y que mediante el apego, escapo hacia alguna cosa huyendo de esa sensación de extraordinario aislamiento.
Estoy, pues, interesado en comprender la razón de que me sienta solo, porque veo que eso es lo que hace que me apegue. Esa soledad me ha obligado a escapar, mediante el apego, hacia esto o aquello, y veo que, mientras prosiga ese sentimiento, la consecuencia será siempre ésta. ¿Qué significa sentirse solo? ¿Cómo ocurre? ¿Es algo instintivo, heredado, o se origina en mi actividad diaria? Si es un instinto, si es heredado, entonces forma parte de mi destino; no tengo la culpa. Pero como no acepto esto, lo cuestiono y permanezco con la pregunta. Observo y no trato de encontrar una respuesta intelectual. No trato de decirle a la soledad lo que es o lo que debería hacer; observo para que ella me lo diga. Hay un estado de atenta vigilancia a fin de que la soledad se revele por sí misma. No se revelará si escapo, si tengo miedo, si la resisto. Por lo tanto, la observo. La observo de modo que no interfiera ningún pensamiento. La observación es mucho más importante que la intervención del pensamiento. Y, gracias a que toda mi energía se interesa en la observación de esa soledad, el pensamiento no interviene en absoluto. La mente es retada y tiene que responder. Debido al reto está en crisis. En una crisis uno tiene una gran energía, y esa energía permanece sin ser interferida por el pensamiento. Éste es un reto al que debo responder.
 
Me puse a dialogar conmigo mismo. Me pregunté qué es esta cosa extraña llamada amor; todos hablan de ella, escriben acerca de ella; lo hacen todos los poemas románticos, las pinturas, el sexo y todas las otras áreas que abarca. Pregunto: ¿Existe una cosa como el amor? Veo que no existe cuando hay celos, odio., miedo. De modo que ya no me ocupo del amor; me intereso en "lo que es", en mi miedo, en mi apego. ¿Por qué estoy apegado? Veo que una de las razones -no digo que sea toda la razón es que me siento desesperadamente solo aislado. Cuanto más envejezco más aislado me voy sintiendo. Por consiguiente, observo eso. Éste es un reto que me impulsa a descubrir y, debido a que es un reto, toda la energía se concentra ahí para responder. Es algo sencillo. Si hay alguna catástrofe, un accidente o lo que fuere, eso es un reto y tengo la energía para afrontarlo. No tengo que preguntar: « ¿Cómo obtengo esta energía? Cuando la casa se quema tengo la energía para entrar en acción, una energía extraordinaria. No me siento y digo: «Bueno, tengo que lograr esta energía» y me quedo esperando; para entonces se habrá quemado toda la casa.
   
Así pues, tengo esta energía tremenda para responder a la pregunta: ¿Por qué existe este sentimiento de soledad? He rechazado ideas, suposiciones y teorías acerca de que se trata de algo heredado, instintivo. Todo eso no significa nada para mí. La soledad es "lo que es". ¿Por qué existe esta soledad que todo ser humano, si es de algún modo consciente, experimenta ya sea de manera superficial o más profunda? ¿Por qué se manifiesta? ¿Es que la mente hace algo que ocasiona esta soledad? He rechazado teorías como el instinto y la herencia, y me pregunto: ¿Es la mente, es el cerebro mismo el que produce este sentimiento de soledad, este aislamiento total? ¿Es el movimiento del pensar el que hace esto, el que crea en mi vida cotidiana este sentido de aislamiento? En la oficina me aíslo porque quiero llegar a ser el máximo ejecutivo; por lo tanto, el pensamiento trabaja todo el tiempo aislándose en sí mismo. Veo que el pensamiento opera permanentemente para hacerse superior, que la mente misma induce con su actividad este aislamiento.
Así que el problema es: ¿Por qué hace esto el pensamiento? ¿Es su naturaleza trabajar para sí mismo? ¿Es la naturaleza del pensar crear este aislamiento? Es la educación la que lo origina, esta me da una carrera, cierta especialización y, por consiguiente aislamiento. El pensamiento, siendo fragmentario, limitado, estando atado al tiempo, crea este aislamiento. En esa limitación ha encontrado la seguridad diciendo: «Tengo una profesión especial en mi vida, soy un profesor; estoy perfectamente seguro». En consecuencia, me interesa saber por qué hace esto el pensamiento. ¿Está en su naturaleza misma obrar así? Cualquier cosa que haga el pensamiento tiene que ser limitada.
 
El problema es, entonces: ¿Puede el pensamiento darse cuenta de que cualquier cosa que hace es limitada, fragmentaria y, en consecuencia, aisladora, y que todo lo que haga será siempre así? Éste es un punto muy importante: ¿Puede el pensamiento mismo darse cuenta de sus propias limitaciones? ¿O soy yo el que le dice qué es limitado? Veo que es indispensable que esto se comprenda, ya que es la verdadera esencia de la cuestión. Si el propio pensamiento se da cuenta de que es limitado, entonces no hay resistencia ni conflicto; dice: «Eso es lo que soy». Pero si yo le digo que es limitado, me estoy separando de la limitación. Entonces lucho para superar la limitación; por consiguiente, hay conflicto y violencia, no amor.
Entonces ¿se da cuenta el pensamiento mismo de que es limitado? Tengo que descubrirlo. Esto es un reto al que me enfrento. A causa de que me enfrento a un reto, tengo una gran energía. Expresado de otra forma: ¿Se da cuenta la conciencia de que su contenido es ella misma? ¿O he oído a otro decir: «La conciencia es su contenido; el contenido compone la conciencia»? Por lo tanto, digo: «Sí, es así». ¿Veo la diferencia entre lo uno y lo otro? Lo segundo, creado por el pensamiento, es impuesto por el "yo". Si yo impongo algo sobre el pensamiento, hay conflicto. Es como un gobierno tiránico imponiéndose sobre alguien, pero aquí ese gobierno es de mi propia creación.
Me pregunto, pues: ¿Se ha dado cuenta el pensamiento de sus propias limitaciones? ¿O pretende ser algo extraordinario, noble, divino? Esto es un disparate, porque el pensamiento se basa en la memoria. Veo que tiene que haber claridad acerca de este punto, o sea, que no hay una influencia externa que se imponga sobre el pensamiento diciendo que es limitado. Entonces, debido a que no hay imposición, no hay conflicto; el pensamiento comprende, simplemente, que es limitado, se da cuenta de que cualquier- rendir culto a Dios, etc.- es limitado, vulgar, insignificante, aun cuando haya creado por toda Europa maravillosas catedrales donde poder adorar.
He descubierto, pues, en esta conversación conmigo mismo, que la soledad es creada por el pensamiento. Ahora el pensamiento se ha dado cuenta, por sí mismo, de que es limitado y que, por lo tanto, no puede resolver el problema de la soledad. Como no puede resolver el problema de la soledad, ¿existe la soledad? El pensar ha creado este sentimiento de soledad, este vacío interno, a causa de que es limitado, fragmentario, de que está dividido; y cuando se da cuenta de esto, la soledad no existe y, por lo tanto, estoy libre del apego. No he hecho nada; he observado el apego y lo que implica: la codicia, el miedo, la soledad, todo eso, y siguiéndole la pista, observándolo, no analizándolo sino simplemente mirando, mirando y mirando, he descubierto que el pensamiento ha hecho todo esto. El pensamiento, por ser fragmentario, ha creado este apego. Cuando se da cuenta, el apego se termina. No ha habido ningún esfuerzo, porque tan pronto hay esfuerzo el conflicto regresa nuevamente.
En el amor no hay apego; si hay apego no hay amor. Se ha eliminado el factor principal mediante la negación de lo que el amor no es, mediante la negación del apego. Sé lo que eso significa en mi vida cotidiana: no recordar nada de lo que mi vecino, mi esposa o mi novia hicieron para lastimarme; no apegarme a ninguna imagen que el pensamiento haya creado con respecto a mi esposa, cómo me ha intimidado, cómo me ha brindado consuelo, cómo he tenido con ella placer sexual, todas las distintas cosas de las que el movimiento del pensar ha elaborado imágenes; el apego a esas imágenes ha desaparecido.
 
Y existen otros factores. ¿Debo examinarlos todos, paso a paso, uno por uno? ¿O todo eso se ha desvanecido? ¿Debo examinar cuidadosamente, investigar -como he investigado el apego- el temor, el placer y el deseo de consuelo? Veo que no tengo que pasar por la investigación completa de todos estos diversos factores; lo veo de una sola mirada, lo he captado.
Por consiguiente, al negar lo que no es el amor, el amor existe. No tengo que preguntar qué es el amor. No tengo que correr tras él. Si corro tras él, eso no es amor, es una recompensa. Habiendo, pues, negado en esa investigación todo lo que no es amor, habiendo terminado con ello lenta y cuidadosamente, sin distorsión ni ilusión alguna, entonces lo otro está ahí.
 
Un Diálogo Consigo Mismo
Brockwood Park, Inglaterra, 30 de agosto de 1977


¡Qué fácil es destruir aquello que amamos! ¡Cuan rápidamente se interpone entre nosotros una barrera, una palabra, un gesto, una sonrisa! La salud, el humor y el deseo proyectan una sombra, y lo que era brillante se torna opaco y opresivo. Nos desgastamos por el trato y la costumbre, y aquello que resultaba nítido y claro, se vuelve tedioso y confuso. A causa de la fricción constante, la esperanza y la frustración, lo que era bello y sencillo se convierte en temible y expectante. La relación es compleja y difícil, y pocos salen de ella indemnes. Aunque nos gustaría que fuera estática, duradera, continua, la relación es un movimiento, un proceso que debe ser profunda y plenamente comprendido y no ajustado a un patrón interno o externo. El ajuste, que es la estructura social, pierde su peso y su autoridad sólo cuando hay amor. El amor en la relación es un proceso purificador, puesto que revela las modalidades del yo. Sin esta revelación, la relación muy poco significa.
 
¿Pero cómo luchamos contra esta revelación?
 
La lucha adopta muchas formas: dominación o sometimiento, temor o esperanza, envidia o aceptación, y así sucesivamente. La dificultad está en que no amamos; y si amamos a alguien, queremos que ese amor funcione de un modo particular, no le damos libertad. Amamos con nuestras mentes y no con nuestros corazones. La mente puede modificarse, pero el amor no. La mente puede hacerse invulnerable, pero el amor no; la mente puede siempre aislarse, ser exclusiva, volverse personal o impersonal. El amor no puede ser comparado ni se le pueden imponer limitaciones. Nuestra dificultad radica en eso que llamamos amor y que en realidad pertenece a la mente. Llenamos nuestros corazones con las cosas de la mente y así los mantenemos siempre vacíos y expectantes. Es la mente la que se apega, la que envidia, retiene y destruye. Nuestra vida está dominada por los centros físicos y por la mente. Nosotros no amamos y lo dejamos ahí, sino que ansiamos ser amados; damos con el fin de recibir, lo cual es la generosidad de la mente y no del corazón. La mente está buscando siempre certidumbre, seguridad; y ¿puede la mente asegurar el amor? ¿Puede la mente, cuya esencia misma es del tiempo, capturar el amor, el cual es su propia eternidad?
 
hemos corrompido tanto nuestro corazón que éste se ha vuelto vacilante y confuso. Esto es lo que hace que la vida sea tan penosa y aburrida. Por un momento creemos tener amor, y al momento siguiente lo hemos perdido. Nos llega una fuerza imponderable que no es de la mente y cuyo origen no podemos desentrañar. Esta fuerza es otra vez destruida por la mente; porque en esta batalla la mente parece ser invariablemente la vencedora. Este conflicto interno no puede ser resuelto ni por la mente astuta ni por el vacilante corazón. No hay medios, no hay método alguno para poner fin a este conflicto. La búsqueda misma de un medio es otro impulso de la mente para ser la dueña, para apartar el conflicto a fin de estar en paz, de tener amor, de "llegar a ser" alguna cosa.
 
Nuestra mayor dificultad está en percibir, de manera amplia y profunda, que no hay ningún medio para amar si ese amor es un objetivo deseado por la mente. Cuando comprendemos esto a fondo, de verdad, entonces existe una posibilidad de recibir algo que no es de este mundo. Sin el contacto de ese algo, sea lo que fuere que hagamos, no puede haber una felicidad duradera en la relación. Si usted ha recibido esa bendición y yo no, es natural que ambos estemos en conflicto. Usted puede no estar en conflicto, pero yo lo estaré; y mi pena y mi dolor harán que me aísle. El dolor es tan exclusivo como el placer, y hasta que no exista ese amor que nadie puede fabricar, la relación seguirá siendo penosa. Si existe la bendición de ese amor, usted no puede sino amarme, sea yo lo que fuere, porque entonces usted no moldea el amor conforme a mi conducta. Cualesquiera sean los trucos que la mente pueda jugar, ambos estamos separados; aunque podamos estar en contacto el uno con el otro en algunos aspectos, la integración no puede serlo con usted, sino que ha de estar dentro de mí. Esta integración no es producida en ningún momento por la mente; surge sólo cuando la mente está por completo silenciosa, cuando ha llegado al límite de sus propias posibilidades. Sólo entonces no hay dolor en la relación.
 
Comentarios sobre el Vivir, Primera Serie
 
 
Si uno observa, ve que lo que echa a perder nuestra relación es el pensar, pensar y pensar, el calcular, juzgar, sopesar, ajustarnos; y lo único que nos libera de eso es el amor, el cual no es un proceso de la mente. Uno no puede pensar acerca del amor. Puede pensar en la persona a la que ama, pero no puede pensar en el amor.
 
Obras Completas, volumen V
Benarés, India, 6 de febrero de 1949


No sabemos qué es el amor. Conocemos el placer; conocemos la lujuria, el goce que se deriva de ella y la fugaz felicidad envuelta por el pensamiento, por el dolor. No sabemos qué significa "amar". El amor no es un recuerdo. El amor no es una palabra, no es la continuidad de una cosa que nos ha dado placer. Podemos estar relacionados, podemos decir: «Amo a mi esposa», pero no amamos. Si uno ama a su esposa, no hay celos, no hay dominación, no hay apego.
No sabemos qué es el amor, porque no sabemos qué es la belleza, la belleza de una puesta del Sol, el llanto de un niño, el veloz movimiento del pájaro que cruza el cielo, todos los exquisitos colores de un crepúsculo. No nos damos cuenta de nada, somos insensibles a todo eso; por lo tanto, somos insensibles a la vida.
 
Obras Completas, volumen XIV
Bombay, 23 de febrero de 1964


Una experiencia de placer nos hace exigir más de esa experiencia, y el "más" es el impulso de estar seguros en nuestros placeres. Si amamos a alguien, queremos estar totalmente seguros de que ese amor es retribuido, y buscamos establecer una relación con la esperanza de que por lo menos tenga permanencia. Toda nuestra sociedad se basa en esas relaciones. Pero ¿existe algo que sea permanente? ¿Existe? ¿Es permanente el amor? Nuestro constante deseo es hacer que la sensación se vuelva permanente, ¿no es así? Y aquello que no puede volverse permanente, o sea, el amor, hace caso omiso de nosotros.
 
Obras Completas, volumen XII
Londres, 9 de mayo de 1961
 

Me pregunto si han considerado alguna vez la naturaleza del amor. Amar es una cosa, y haber amado es otra. El amor no pertenece al tiempo. Uno no puede decir: «He amado», eso no tiene sentido. Entonces el amor está muerto, uno no ama; el estado de amor no es del pasado ni del futuro. De igual modo, el conocimiento es una cosa, y el movimiento de conocer es otra. El conocimiento nos ata, pero el movimiento de conocer no nos ata.
Sólo exploren esto cuidadosamente, no lo acepten ni lo nieguen. Vean, el conocimiento tiene la cualidad del tiempo, está atado al tiempo, mientras que el movimiento de conocer es intemporal. Si quiero conocer la naturaleza del amor, de la meditación, de la muerte, no puedo aceptar ni negar nada. Mi mente debe hallarse en un estado, no de duda, sino de investigación, lo cual implica que no hay esclavitud al pasado. La mente que se encuentra en el movimiento de conocer está libre del tiempo porque no hay acumulación.
 
Obras Completas, volumen XI
Bombay, 30 de diciembre de 1959


 
El amor no es de la mente, pero puesto que hemos cultivado la mente, usamos esa palabra amor para abarcar el campo que pertenece a la mente. Por cierto, el amor no tiene nada que ver con la mente, no es un producto de ésta; el amor es por completo independiente de cálculos y pensamientos. Cuando no hay amor, entonces tenemos la estructura del matrimonio como institución que se vuelve una necesidad. Cuando hay amor, el sexo no es un problema; es la falta de amor lo que convierte al sexo en un problema. ¿No lo saben? Cuando de verdad aman profundamente a alguien -no con el amor de la mente, sino con el del corazón- comparten con esa persona, él o ella, todo lo que tienen, no sólo el cuerpo, sino todo. En la dificultad le piden ayuda, y ella los ayuda. No hay división entre el hombre y la mujer cuando amamos a alguien, pero cuando no conocemos ese amor, hay un problema sexual. Nosotros conocemos tan sólo el amor del cerebro; ese amor lo ha producido el pensamiento, y un producto del pensamiento sigue siendo pensamiento, no es amor.
 
Obras Completas, volumen V
Poona, India, 19 de septiembre de 1948


 
Pregunta: Usted ha hablado acerca de la relación basada en el uso que hacemos de otro para nuestra propia gratificación, y a menudo aludió a un estado llamado amor. ¿Qué entiende usted por amor?
 
Krishnamurti: Sabemos qué es nuestra relación: una gratificación y un uso mutuos, aunque la revistamos con la palabra amor. En el uso, sentimos afecto por aquello que usamos, y lo protegemos. Protegemos nuestra frontera, nuestros libros, nuestra propiedad; de igual manera, somos muy cuidadosos en proteger a nuestras esposas, a nuestras familias, a nuestra sociedad, porque sin eso nos sentiríamos muy solos, perdidos. Sin el hijo, el padre se siente solo; lo que el padre no es, lo será el hijo, de modo que el hijo se vuelve un instrumento de la vanidad del padre. Conocemos la relación de necesidad y uso. Necesitamos al cartero y él nos necesita; sin embargo, no decimos que amamos al cartero. Pero decimos que amamos a nuestras esposas y a nuestros hijos, aun cuando los usemos para nuestra gratificación personal y estemos dispuestos a sacrificarlos por la vanidad de ser llamados patriotas. Conocemos este proceso muy bien y, obviamente, eso no puede ser amor. El amor que usa, explota, y después se arrepiente de ello, no puede ser amor, porque el amor no es cosa de la mente.
 
Ahora bien, experimentemos y descubramos qué es el amor; descubrámoslo no sólo verbalmente, sino experimentando de hecho ese estado. Cuando ustedes me usan como gurú y yo los uso como discípulos, hay explotación mutua. De igual modo, cuando uno usa a su esposa y a sus hijos para su propio progreso, hay explotación. Por cierto, eso no es amor. Cuando usamos a alguien, tiene que haber posesión; la posesión engendra, invariablemente, temor, y con el temor vienen los celos, la envidia, las sospechas. Cuando hay uso, no puede haber amor, porque el amor no pertenece a la mente. Pensar acerca de una persona no es amar a esa persona. Pensamos en una persona sólo cuando esa persona no está presente, cuando ha muerto, cuando ha escapado o cuando no nos da lo que deseamos. Entonces, nuestra insuficiencia interna pone en marcha el proceso de la mente. Cuando esa persona está junto a nosotros no pensamos en ella; pensar en ella cuando está junto a uno puede ser perturbador, de manera que damos por sentado que está ahí. El hábito es un medio de olvidar y de estar en paz, de que no se nos perturbe. Por consiguiente, el uso y la costumbre deben conducir, invariablemente, a la invulnerabilidad; y eso no es amor.
 
¿Qué es ese estado cuando el uso que uno hace del otro, no existe -siendo ese uso un proceso del pensamiento destinado a ocultar, positiva o negativamente, la insuficiencia interna? ¿Qué es ese estado cuando no hay sentido alguno de gratificación? La búsqueda de gratificación está en la naturaleza misma de la mente. El sexo es una sensación creada, imaginada por la mente, la cual después actúa o no actúa. La sensación es un proceso del pensamiento, el cual no es amor. Cuando la mente domina y el proceso del pensamiento es importante, no hay amor. Este proceso de uso mutuo, de pensar, imaginar, poseer, encerrar, rechazar, etc., es todo humo, y cuando no hay humo, existe la llama del amor. A veces tenemos realmente esa llama, rica, plena, completa, pero el humo vuelve porque no podemos vivir mucho tiempo con la llama, la cual no tiene para nosotros un sentido de intimidad, ni personal ni impersonal. Casi todos hemos conocido ocasionalmente el perfume del amor y su vulnerabilidad; pero el humo de la utilización mutua, del hábito, de los celos, de la posesión, del contrato y ruptura del contrato, todas esas cosas se han vuelto importantes para nosotros; por lo tanto, no existe la llama del amor. Cuando hay humo, la llama no está, pero cuando comprendemos la verdad de la utilización que hacemos del otro, la llama está ahí. Usamos al otro porque internamente somos pobres, insuficientes, mezquinos, pequeños, solitarios, y esperamos que, usando al otro, podremos escapar. De igual modo, usamos a Dios como un medio de escape. El amor a Dios no es el amor a la verdad. Uno no puede amar la verdad; amar la verdad es sólo un medio de usarla para ganar alguna otra cosa que conocemos; por consiguiente, existe siempre el temor personal de perder algo que conocemos.
 
Usted conocerá el amor cuando la mente esté muy serena y libre de su búsqueda de gratificaciones y escapes. En primer lugar, la mente debe cesar por completo. La mente es el resultado del pensamiento, y el pensamiento es tan sólo un paso, un medio para un fin. Cuando la vida es tan sólo un paso hacia alguna cosa, ¿cómo puede haber amor? El amor se manifiesta cuando la mente está naturalmente quieta, no aquietada, cuando ve lo falso como falso y lo verdadero como verdadero. Cuando la mente está quieta, entonces cualquier cosa que ocurre es la acción del amor, no es la acción del conocimiento. El conocimiento es mera experiencia, y la experiencia no es amor. La experiencia no puede conocer el amor. El amor surge a la existencia cuando comprendemos en su totalidad nuestro propio proceso, y la comprensión de nosotros mismos es el principio de la sabiduría.
 
Obras Completas, volumen VI
Madras, 5 de febrero de 1950


Uno florece, pues, sólo en la relación, florece únicamente en el amor, no en la contienda. Pero nuestros corazones están marchitos; los hemos llenado con las cosas de la mente, por eso acudimos a otros para llenar nuestras mentes con las creaciones de ellos. Dado que no tenemos amor, tratamos de encontrarlo por medio del maestro, por medio de alguna otra persona. El amor no es una cosa que pueda encontrarse. Uno no puede comprarlo, no puede inmolarse con el fin de obtenerlo. El amor se manifiesta sólo cuando el yo está ausente; y mientras estén ustedes buscando gratificación, escapes, mientras rehúsen comprender la confusión que impera en sus relaciones, sólo están acentuando el yo y, en consecuencia, negando el amor.
 
Obras Completas, volumen V
Benarés, 23 de enero de 1949


 
Ahora bien, ésta es, por cierto, nuestra pregunta: ¿Es posible que la mente experimente, que tenga ese estado no de manera transitoria, no en raros momentos, sino -no quisiera emplear las palabras eterno o para siempre porque implicarían tiempo- tener ese estado, hallarse en ese estado que no tiene relación con el tiempo? Ése es, indudablemente, un importante descubrimiento que hemos de hacer cada uno de nosotros, porque ésa es la puerta hacia el amor; todas las otras puertas son actividades del yo. Donde hay acción del yo, no hay amor. El amor no es del tiempo. Uno no puede practicar el amor. Si lo practica, entonces eso es una actividad auto consciente del "yo", el cual espera obtener, por medio del vivir, un resultado.
 
Así pues, el amor no pertenece al tiempo; no podemos dar con él mediante ningún esfuerzo consciente, ninguna disciplina, ni mediante la identificación, todo lo cual es un proceso del tiempo. La mente, por conocer tan sólo el proceso del tiempo, no puede reconocer el amor. El amor es la única cosa nueva, eternamente nueva. Puesto que casi todos hemos cultivado la mente, que es un proceso del tiempo, que es el resultado del tiempo, no sabemos qué es el amor. Hablamos del amor; decimos que amamos a la gente, que amamos a nuestros hijos, a nuestra esposa, a nuestro prójimo; decimos que amamos a la naturaleza. Pero en el momento en que tengo conciencia de que amo, ha entrado en actividad el "yo"; por lo tanto, eso deja de ser amor.
 
Este proceso total de la mente puede ser comprendido sólo a través de la relación: la relación con la naturaleza, con la gente, con nuestra propia proyección con todo. De hecho, la vida no es sino relación. Aunque podamos intentar aislarnos de la relación, no podemos existir sin relación; aunque la relación implique dolor del cual tratamos de escapar mediante el aislamiento convirtiéndonos en ermitaños y cosas así, no podemos hacerlo. Todos estos métodos son una indicación de la actividad del "yo". Al ver todo este cuadro, al darnos cuenta de todo este proceso del tiempo como conciencia, al hacerlo sin preferencia alguna, sin ninguna intención determinada, deliberada, sin el deseo de obtener algún resultado, veremos que este proceso del tiempo llega a su fin espontáneamente, no por ser inducido a ello, no como un resultado del deseo. Sólo cuando ese proceso llega a su fin, existe el amor, el cual es eternamente nuevo.
 
Obras Completas, volumen VI
Madras, 10 de febrero de 1952


 
Sólo cuando la mente esté quieta conocerá el amor, y ese estado de quietud no es algo que pueda ser cultivado. El cultivo sigue siendo la acción de la mente, la disciplina sigue siendo un producto de la mente, y una mente disciplinada, controlada, subyugada, una mente que resiste, que todo lo explica, no puede conocer el amor. Ustedes pueden leer, pueden escuchar lo que se dice acerca del amor, pero eso no es amor. Sólo cuando desechan las cosas de la mente, sólo cuando sus corazones se vacían de las cosas de la mente, hay amor. Entonces sabrán qué es amar sin separación, sin distancia, sin tiempo, sin temor; y eso no está reservado para una minoría. El amor no conoce jerarquías, sólo existe el amor. Únicamente cuando no amamos existen los muchos y el uno, la exclusividad. Cuando amamos, señor, no existen ni el "tú" ni el "yo"; en ese estado sólo existe una llama sin humo.
 
Obras Completas, volumen VI
Bombay, 12 de marzo de 1950


 
En este mundo dividido y árido no hay amor, porque el placer y el deseo juegan los roles más importantes; no obstante, sin amor nuestra vida cotidiana no tiene sentido. Y ustedes no pueden tener amor si no hay belleza. La belleza no es algo que vemos, no es un árbol hermoso o una bonita pintura o un bello edificio o una hermosa mujer. Hay belleza sólo cuando el corazón y la mente saben lo que es el amor. Sin amor y sin ese sentido de belleza, no hay virtud, y ustedes saben muy bien que, hagan lo que hagan, aunque mejoren la sociedad, aunque alimenten a los pobres, sólo estarán creando más daño, porque sin amor sólo hay fealdad y pobreza en nuestro corazón y en nuestra mente. Pero cuando hay amor y belleza, cualquier cosa que hagamos estará bien, estará en orden. Si uno sabe amar, puede hacer lo que quiera, porque el amor resolverá todos los demás problemas.
 
Hemos llegado, pues, al punto: ¿Puede la mente dar con el amor, sin disciplina, sin pensamiento, sin esfuerzo, sin ningún libro, instructor o líder, dar con el amor tal como uno se encuentra con una bella puesta del Sol?
Me parece que para ello es absolutamente necesaria una cosa: la pasión sin motivo, esa pasión que no es el resultado de algún compromiso o apego, esa pasión que no es lujuria. Un hombre que no sabe qué es la pasión jamás conocerá el amor, porque el amor surge a la existencia sólo cuando hay total entrega de uno mismo.
 
Una mente que busca no es una mente apasionada, y la única manera de encontrar el amor es dar con él sin buscarlo, inadvertidamente y no como resultado de algún esfuerzo o alguna experiencia. Descubrirán que un amor así no pertenece al tiempo; es tanto personal como impersonal, es igual en relación con uno o en relación con muchos. Como ante una flor que exhala su perfume, uno puede aspirarlo o pasar de largo. Esa flor es para todos y para aquel que la contempla con deleite y se toma la molestia de aspirar intensamente su fragancia. Para la flor es igual que uno se encuentre muy cerca en el jardín o muy lejos, porque ella está llena de ese perfume y, en consecuencia, lo comparte con todos.
 
El amor es algo nuevo, fresco, vital. No tiene ayer ni mañana. Está más allá de la agitación del pensamiento. Sólo la mente inocente conoce el amor y puede vivir en este mundo que no es inocente. Descubrir esta cosa extraordinaria que el hombre ha buscado incesantemente mediante el sacrificio, la adoración, el sexo, mediante toda forma de placer y de dolor, sólo es posible cuando el pensamiento llega a comprenderse a sí mismo y se termina naturalmente. Entonces el amor no tiene opuesto y, por ende, está libre de conflicto.
Tal vez pregunten: «Si encuentro un amor así, ¿qué ocurre con mi vida, con mis hijos, con mi familia? Ellos necesitan seguridad». Cuando alguien formula una pregunta semejante, es que nunca ha salido del campo del pensamiento, del campo de la conciencia. Cuando alguna vez haya estado fuera de ese campo, jamás hará una pregunta semejante, porque sabrá qué es el amor en el cual no hay pensamiento y, por lo tanto, no existe el tiempo. Uno podrá sentirse hipnotizado y encantado al leer esto, pero ir realmente más allá del pensamiento y del tiempo -lo cual implica ir más allá del dolor- es darse cuenta de que existe una dimensión diferente llamada amor. Pero uno no sabe cómo llegar a esta fuente extraordinaria; por lo tanto, ¿qué hace? Si no sabe qué hacer, no hace nada, ¿verdad? Absolutamente nada. Entonces, internamente, está en completo silencio. ¿Comprenden lo que esto significa? Significa que uno no está buscando ni deseando ni persiguiendo nada; no hay centro en absoluto. Entonces hay amor.
 
Libérese del Pasado
 
 
Examinemos esta cuestión de lo que es una relación inteligente; no la relación del pensamiento con su imagen. Nuestros cerebros son mecánicos, mecánicos en el sentido de que son repetitivos, de que nunca son libres; están siempre esforzándose dentro del mismo campo, pensando que son libres porque se mueven de un rincón a otro de ese campo, lo cual es opción, y creyendo que la opción es libertad; pero esta libertad es, simplemente, la misma cosa. Nuestro cerebro, que en el curso de los tiempos ha evolucionado a través de la tradición, de la educación, de la conformidad, del ajuste, se ha vuelto mecánico. Puede que haya partes del cerebro que sean libres, pero uno no lo sabe, de modo que no lo afirmen. No digan: «Sí, hay una parte de mí que es libre»; eso no tiene sentido. Permanece el hecho de que el cerebro se ha vuelto mecánico, tradicional, repetitivo, y de que posee su propia astucia, su propia capacidad de adaptarse, de discernir. Pero se halla siempre dentro de un área limitada y está fragmentado. El pensamiento tiene su residencia en las células físicas del cerebro.
 
El cerebro se ha vuelto mecánico, como cuando decimos, por ejemplo, «Yo soy cristiano, yo no soy cristiano, yo soy hindú, yo creo, yo tengo fe, yo no tengo fe...», es todo un proceso mecánico y repetitivo, una reacción a otra reacción y así sucesivamente. El cerebro humano, estando condicionado, tiene su propia inteligencia artificial, mecánica, igual que una computadora. Nos quedaremos con esa expresión: inteligencia mecánica. (Miles y miles de millones de dólares se gastan para descubrir si una computadora puede operar exactamente igual que el cerebro.) El pensamiento, que se origina en la memoria, en el conocimiento almacenado en el cerebro, es mecánico; puede tener la capacidad de inventar, pero sigue siendo mecánico -la invención es por completo diferente de la creación- . El pensamiento trata de descubrir un modo de vida diferente, o un orden social diferente. Pero cualquier descubrimiento de un orden social que el pensamiento pueda hacer, sigue estando dentro del campo de la confusión. Nos preguntamos: ¿Hay una inteligencia que no tenga causa y que pueda actuar en nuestras relaciones, no el estado mecánico de relación que hoy existe?
 
Nuestras relaciones son mecánicas. Tenemos ciertos impulsos biológicos y los satisfacemos. Requerimos ciertas comodidades, alguna compañía porque nos sentimos solos o deprimidos y, al aferramos a otro, pensamos que esa depresión tal vez desaparecerá. Pero en nuestra relación con otro, íntima o de otra clase, siempre hay una causa, un motivo, una base desde la cual establecemos la relación. Eso es mecánico. Ha estado sucediendo por milenios. Parece como si siempre hubiera existido un conflicto, una batalla constante entre el hombre y la mujer, cada cual persiguiendo su propio curso de acción y sin encontrarse jamás, como dos líneas férreas. Esta relación es siempre limitada porque proviene de la actividad del pensamiento, que en sí mismo es limitado. Dondequiera que haya limitación, tiene que haber conflicto. En cualquier forma de asociación -uno pertenece a este grupo y otro pertenece a aquel grupo- hay reclusión, aislamiento; donde hay aislamiento tiene que haber conflicto. Esto es una ley, no es algo inventado por quien les habla; es así, obviamente. El pensamiento está siempre limitándose y, en consecuencia, aislándose. Por lo tanto, en la relación, donde impera la actividad del pensamiento tiene que haber conflicto.
 
Vean la realidad de este hecho, véanla no como una idea, sino como algo que está ocurriendo en la actividad de nuestra vida cotidiana: divorcios, disputas, celos, odio del uno hacia el otro; ya conocen la desdicha de todo eso. La esposa quiere causarle daño a uno porque está celosa, y uno también siente celos de ella; son todas reacciones mecánicas, es la actividad repetitiva del pensamiento que origina conflicto en la relación. Eso es un hecho. Ahora bien, ¿cómo abordan ustedes ese hecho? He aquí un hecho: mi esposa y yo reñimos. Ella me odia y también existe mi respuesta mecánica: la odio. Descubro que es el recuerdo de las cosas que han sucedido, el cual se halla almacenado en el cerebro y prosigue día tras día. Todo mi pensar es un proceso de aislamiento, y ella también se aísla. Ninguno de nosotros descubre la verdad acerca de ese aislamiento. Ahora bien ¿cómo miro ese hecho? ¿Qué voy a hacer con ese hecho? ¿Cuál es mi respuesta? ¿Me enfrento a este hecho con un motivo, una causa? Debo ser cuidadoso, no decir: «Mi esposa me odia» y encubrir con eso que yo también la odio, que me desagrada, que no deseo estar con ella, porque ambos estamos aislados. Yo soy ambicioso por una cosa, ella es ambiciosa por algo diferente. De modo que nuestra relación funciona en el aislamiento. ¿Abordo el hecho con una explicación, con una causa, que son todos motivos? ¿O lo abordo sin un motivo, sin una causa? Cuando lo abordo sin una causa, ¿qué ocurre, entonces?
 
Observen esto, tengan la bondad de no saltar a ninguna conclusión, obsérvenlo en sí mismos. Antes, uno ha abordado este problema mecánicamente con un motivo, con una razón, con una base desde la cual actuaba. Ahora, ve la tontería que implica una acción semejante, porque es el resultado del pensamiento. ¿Existe, pues, una manera de abordar el hecho sin que intervenga un solo motivo? O sea, yo no tengo un motivo, pero puede que ella tenga un motivo. Entonces, si no tengo un motivo, ¿cómo miro el hecho? El hecho no es diferente de uno, uno es el hecho. Uno es la ambición, uno es el odio, uno depende de alguien, uno es eso. Hay una observación del hecho, que es uno mismo, sin que en ella intervenga ninguna clase de justificación, de motivo. ¿Es eso posible? Si uno no lo hace así, vive perpetuamente en conflicto. Y tal vez diga que ése es el modo como hay que vivir. Si aceptan que ése es el modo como hay que vivir, es cosa de ustedes, es el placer de ustedes. El cerebro, la tradición y el hábito nos dicen que eso es inevitable. Pero cuando uno ve el absurdo de tal aceptación, entonces está obligado a ver que todo este tormento es uno mismo; uno mismo es el enemigo, no la esposa de uno.
 
Uno se ha encontrado con el enemigo y ha descubierto que el enemigo es uno mismo. ¿Puede, pues, observar todo este movimiento del "yo", del "sí mismo", así como la tradicional aceptación de que uno se halla separado de los demás, lo cual se revela absurdo cuando examinamos todo el campo de la conciencia humana? Hemos llegado a un punto importante en la comprensión de lo que es la inteligencia. Dijimos que la inteligencia es sin causa, tal como el amor es sin causa. Si el amor tiene una causa, obviamente, no es amor. Si alguien es tan "inteligente" como para ser empleado por el gobierno, o es "inteligente" porque comprende mi razonamiento, eso no es inteligencia, es capacidad. La inteligencia no tiene causa. Por lo tanto, vean si se miran a sí mismos con una causa. ¿Están mirando este hecho de que piensan, trabajan, sienten en aislamiento y que ese aislamiento debe, inevitablemente, engendrar un perpetuo conflicto? Ese aislamiento es uno mismo; uno es el enemigo. Cuando nos miramos sin un motivo, ¿hay un "yo", el "yo" como la causa y el efecto, el "yo" como resultado del tiempo, que es el movimiento de la causa al efecto? Cuando uno se mira a sí mismo, cuando sin una causa mira este hecho, hay algo que termina y algo totalmente nuevo que comienza.
 
La Llama de la Atención
Saanen, Suiza, 15 de julio de 1982
 
 
Me pregunto a menudo por qué vamos a reuniones para escuchar a otros, por qué queremos discutir cosas juntos y, claro está, por qué tenemos problemas en absoluto. Los seres humanos en todo el mundo parecen tener muchísimos y múltiples problemas. Y nosotros asistimos a reuniones como éstas esperando obtener alguna clase de idea, una fórmula, un estilo de vida que tal vez pudiera sernos útil o ayudarnos a superar nuestras numerosas dificultades, el complejo problema del vivir. Sin embargo, aunque el hombre ha vivido por millones de años, todavía sigue luchando, siempre buscando a tientas algo como la felicidad o la realidad o una mente que no se altere, que pueda vivir en este mundo de una manera franca, feliz y sensata. Pero, extrañamente, no parecemos dar con ninguna de estas realidades que serían total y permanentemente satisfactorias. Y ahora nos encontramos aquí por cuarta vez y yo me pregunto por qué nos reunimos o conversamos. Ha habido muchísima propaganda, muchas personas han dicho cómo debemos vivir, qué debemos hacer, qué debemos pensar; han inventado múltiples teorías: qué debería hacer el Estado, cómo debe ser la sociedad, etc. Y los teólogos de todo el mundo enuncian un dogma fijo o una creencia en torno de la cual construyen mitos y teorías extravagantes. Y, por medio de la propaganda, derramando interminables palabras y palabras, nos moldean, condicionan nuestras mentes y perdemos poco a poco toda sensibilidad.
 
El intelecto es para nosotros enormemente importante, el pensamiento es esencial, el pensamiento que pueda operar con lógica, cordura e inteligencia. Pero me pregunto si el pensamiento tiene en absoluto lugar alguno en la relación. Porque eso es lo que vamos a discutir juntos esta tarde. Dijimos que debemos formular preguntas fundamentales, esenciales. Las tres últimas veces que nos reunimos aquí, nos enfrentamos a ese inmenso interrogante para el cual el hombre ha estado buscando una respuesta: ¿Qué es la relación del ser humano, atrapado en esta confusión, en esta incesante desdicha (con algún aleteo de ocasional felicidad)?, ¿qué es su relación con esa realidad inmensa, si es que existe del todo una relación? Ya examinamos eso.
 
Quizás esta tarde logremos considerar (no intelectualmente, sino de hecho, con nuestros corazones y nuestras mentes, con todo nuestro ser), dedicándole atención completa, este problema de la relación del hombre, y no sólo su relación con otro, sino también su relación con la naturaleza, con el universo, con toda criatura viviente. Pero, como vimos, la sociedad nos está tornando -y nosotros mismos nos estamos tornando- más y más mecánicos, superficiales, insensibles, indiferentes; las matanzas continúan en el Lejano Oriente y nosotros permanecemos relativamente tranquilos. Nos hemos vuelto muy prósperos, pero esa misma prosperidad nos está destruyendo, porque nos estamos volviendo indiferentes y perezosos, y poco a poco perdemos nuestra estrecha relación con todos los seres humanos, con todas las cosas vivientes. Y me parece muy importante que nos formulemos estas preguntas: ¿Qué es la relación? ¿Existe en absoluto relación alguna? Y ¿qué lugar ocupan en esa relación el amor, el pensamiento y el placer?
Como dijimos, vamos a considerar este problema, pero no intelectualmente, porque eso significa fragmentariamente. Hemos separado la vida en intelecto y emociones, hemos dividido en departamentos toda nuestra existencia, con el especialista en el campo de la ciencia, el artista, el escritor, el sacerdote y el lego corriente, ¡como lo somos ustedes y yo! Estamos divididos en nacionalidades, en clases, divisiones que se van ampliando y ahondando cada vez más. Consideremos este problema de la relación, el cual es de veras extraordinariamente importante, porque vivir es estar relacionado; y, al considerar este problema de la relación, debemos preguntarnos qué significa vivir. ¿Qué es nuestra vida, la cual necesita una relación profunda con otro, ya sea la esposa, el marido, los hijos, la familia, la comunidad o cualquier otra unidad humana? Al considerar este problema no podemos abordarlo fragmentariamente, porque si tomamos una sección, una parte de la totalidad de la existencia, y tratamos de resolver esa única parte, entonces no hay ninguna salida posible para el problema. Pero quizás podamos comprender la vida y vivirla de una manera diferente si podemos abordar este problema de la relación en su totalidad, no en fragmentos; no como el individuo y la comunidad, el individuo opuesto a la comunidad, el individuo y la sociedad, el individuo y la religión, etc., ya que éstas son todas fragmentaciones, divisiones. Siempre estamos tratando de resolver nuestros problemas comprendiendo un pequeño fragmento de este asunto total de la existencia. ¿Podríamos, pues, al menos por esta tarde (y espero que por el resto de nuestras existencias), considerar la vida no en fragmentos, tales como católico, protestante, especialista en zen, seguidor de un determinado gurú o instructor, etc., que son todas cosas absurdamente infantiles?

Tenemos un problema inmenso, que es comprender la existencia, comprender cómo hay que vivir. Y, como dijimos, el vivir es relación, no existe el vivir si no estamos relacionados. Y casi todos nosotros, al no estar relacionados en el profundo sentido de esa palabra, tratamos de identificarnos con algo: con la nación, con un sistema, con una filosofía, un dogma o una creencia en particular. Eso es lo que está sucediendo en todo el mundo, la identificación de cada individuo con algo, con la familia o consigo mismo. (No sé qué significa "identificarse con uno mismo".)
 
Esta existencia fragmentaria, separativa, conduce inevitablemente a diversas formas de violencia. Por lo tanto, si pudiéramos dedicar nuestra atención completa a este problema de la relación, entonces quizá podríamos resolver las desigualdades sociales, las injusticias, la inmoralidad y esa cosa terrible que el hombre ha cultivado: la "respetabilidad"; ser respetable es ser moral conforme a lo que en verdad es esencialmente inmoral. ¿Hay, pues, en absoluto, relación alguna? Relación implica estar en contacto, en comunicación profunda, fundamental con la naturaleza, con otro ser humano; significa estar relacionados, no por lazos de sangre, no como parte de la familia, o como marido y mujer, ya que éstas difícilmente sean relaciones en absoluto. Para descubrir la naturaleza de este problema, debemos considerar otra cuestión, que es todo el mecanismo que forma las imágenes, que las reúne creando una idea, un símbolo conforme al cual vive el hombre. Casi todos tenemos imágenes de nosotros mismos: lo que creemos que somos, lo que deberíamos ser, la imagen propia y la imagen del otro; éstas son las imágenes que tenemos en la relación. Ustedes tienen una imagen de quien les habla, y como él no los conoce, no tiene una imagen. Pero si uno conoce muy íntimamente a alguien, ya ha formado una imagen; la intimidad misma implica la imagen que uno tiene de la otra persona: la esposa tiene una imagen del marido y el marido tiene una imagen de ella. Luego está la imagen de la sociedad y las imágenes que uno tiene acerca de Dios, de la verdad, de todo.
 
¿Cómo se origina esta imagen? Y si se encuentra allí, como ocurre prácticamente con todos, ¿cómo puede haber relación alguna? Relación significa estar profunda e intensamente en contacto el uno con el otro. Desde esa relación profunda puede haber cooperación, un trabajar juntos, hacer cosas juntos. Pero si hay una imagen -yo tengo una imagen del otro y el otro tiene una imagen de mí- ¿qué relación puede existir excepto la relación de una idea, de un símbolo, o cierto recuerdo que se convierte en la imagen? ¿Se relacionan entre sí tales imágenes y esto es, quizá, la relación? ¿Puede haber amor en el verdadero sentido de esa palabra (no el amor según los sacerdotes o los teólogos o los comunistas o tal o cual persona, sino realmente la cualidad de ese sentimiento de amor) cuando la relación es meramente conceptual, imaginativa, no un hecho? Sólo puede haber una relación entre seres humanos cuando aceptamos lo que es, no lo que debería ser. Siempre estamos viviendo en el mundo de las fórmulas, de los conceptos, que son las imágenes del pensamiento. ¿Puede el pensamiento, puede el intelecto dar origen a una verdadera relación? ¿Puede la mente, el cerebro, con todos sus instrumentos auto protectores creados durante millones de años, puede el cerebro, que es la respuesta de la memoria del pensamiento, producir una verdadera relación entre seres humanos? ¿Cuál es el lugar de la imagen, del pensamiento, en la relación? ¿Tiene lugar alguno en absoluto?
 
No sé si ustedes se formulan estas preguntas cuando contemplan esos castaños con sus flores como candelas blancas contra el cielo azul. ¿Qué relación existe entre ustedes y esos castaños? ¿Qué relación tienen de hecho, no emocional o sentimentalmente, con tales cosas? Y si han perdido toda relación con estas cosas de la naturaleza, ¿cómo pueden tener relación alguna con el ser humano? Cuanto más vivimos en las ciudades, tanto menos nos relacionamos con la naturaleza. Uno sale a pasear un domingo, mira los árboles y dice: «¡Qué hermosos!», y regresa a su vida rutinaria encajonada en una serie de gavetas a las que llaman casas, departamentos. Estamos perdiendo la relación con la naturaleza. Esto puede verse por el hecho de que vamos a los museos y nos pasamos toda una mañana mirando pinturas, abstracciones de lo que es, y esto demuestra que de veras hemos perdido totalmente nuestro contacto, nuestra relación con la naturaleza; las pinturas, los conciertos, las estatuas se han vuelto terriblemente importantes y jamás miramos el árbol, el pájaro, la nube iluminada por una luz maravillosa.
Entonces ¿qué es la relación? ¿Tenemos en absoluto relación alguna con otro? ¿Estamos tan encerrados en nosotros mismos, nos protegemos tanto que nuestra relación se ha tornado puramente superficial, sensual, placentera? Porque, después de todo, si nos examinamos muy tranquilamente y a fondo, no según Freud, Jung o algún experto, sino que de hecho nos miramos a nosotros mismos viéndonos tal como somos, entonces tal vez podamos descubrir cómo nos aislamos todos los días, cómo levantamos a nuestro alrededor un muro de resistencia, de miedo. "Mirarnos" a nosotros mismos es más importante y mucho más fundamental que mirarnos conforme a lo que indican los especialistas.
 
Si uno se mira de acuerdo con lo que dicen Jung, Freud, el Buda o algún otro, se está mirando a través de los ojos de otra persona. Y eso es lo que hacemos todo el tiempo; no tenemos nuestros propios ojos para mirarnos y, en consecuencia, perdemos la belleza del "mirar".
Así pues, cuando ustedes se miran directamente, ¿no encuentran que sus actividades cotidianas, o sea, sus pensamientos, sus ambiciones, sus exigencias, sus agresiones, el constante anhelo de amar y ser amados, la continua roedura del miedo, la angustia de la soledad..., no encuentran que todas estas cosas contribuyen a nuestra notable condición separativa y a nuestro aislamiento fundamental? Y cuando existe ese hondo aislamiento, ¿cómo puede uno estar relacionado con otra persona, con esa otra persona que también se está aislando a causa de su ambición, su codicia, su avaricia, su exigencia de dominación, de posesión, de poder y demás? Están, pues, estas dos entidades llamadas seres humanos, que viven dentro de su propio aislamiento, engendrando hijos, etc., pero siempre aisladas. Y la cooperación entre estas dos entidades aisladas se vuelve mecánica; necesitan alguna cooperación para poder vivir juntas, tener una familia, ir a la oficina o a la fábrica y trabajar allí, pero siempre permanecen siendo entidades aisladas, con sus creencias y sus dogmas, sus nacionalidades..., ya conocen ustedes todas las defensas que el hombre ha erigido a su alrededor para separarse de los demás. De modo que ese aislamiento es, en esencia, el factor de que no estemos relacionados. Y en esa aislada y así llamada relación, el placer se convierte en la cosa más importante.
 
Podemos ver en el mundo cómo el placer se está tornando más y más exigente, insistente, porque todo placer, si uno observa con mucha atención, es un proceso de aislamiento; y uno tiene que considerar esta cuestión del placer en el contexto de la relación. El placer es producto del pensamiento, ¿verdad? El placer estuvo en eso que experimentamos ayer, en la belleza de la percepción sensoria, o en la excitación sexual; pensamos al respecto, formamos una imagen de ese placer que experimentamos ayer. Y de ese modo el pensamiento sostiene, nutre esa cosa que ayer fue considerada placentera. Y así es como el pensamiento exige que ese placer continúe hoy. Cuanto más pensamos en esa experiencia que tuvimos, que nos proporcionó un deleite en ese momento, tanto más el pensamiento da a la experiencia una continuidad como placer y deseo. Y ¿cómo se vincula esto con el problema fundamental de la existencia humana, el cual concierne a la manera como nos relacionamos? Si nuestra relación es el resultado del placer sexual, o del placer de la familia, de la propiedad, del dominio, del control, del miedo a no estar protegido, a no tener seguridad interna y, por eso, estar buscando siempre el placer, ¿qué lugar ocupa, entonces, el placer en la relación? La exigencia de placer destruye toda relación, ya sea sexual o de otra clase. Y, si observamos claramente, vemos que todos nuestros así llamados valores morales se basan en el placer, aunque disimulemos eso con la sonora moralidad virtuosa de nuestra respetable sociedad.
Así pues, cuando nos interrogamos a nosotros mismos, cuando nos observamos profundamente, vemos esta actividad de auto aislamiento, el "yo", el "ego", erigiendo resistencias a su alrededor, y esa resistencia misma es el "yo". Eso es el aislamiento, lo que crea los fragmentos, la perspectiva fragmentaria del pensador y el pensamiento. ¿Qué lugar ocupa, pues, el placer, el cual es el resultado de un recuerdo sostenido y alimentado por el pensamiento, pensamiento que siempre es viejo, que jamás es libre?
Y ese pensamiento, cuya existencia se ha centrado en el placer, ¿qué tiene que ver con la relación? Por favor, formúlense a sí mismos esta pregunta, no se limiten a escuchar a quien les habla; él se habrá ido mañana y ustedes tienen que vivir su propia vida, de modo que él carece por completo de importancia. Lo importante es formularnos estas preguntas acerca de nosotros mismos, y para ello tenemos que ser terriblemente serios, estar dedicados por completo a la investigación, porque sólo cuando somos serios podemos vivir, sólo cuando somos profunda y fundamentalmente intensos en nuestra seriedad, la vida se abre para nosotros, tiene sentido, tiene belleza. Debemos preguntarnos si no es un hecho que vivimos a base de una imagen, de una fórmula, en un fragmento aislado de la vida. ¿No es desde ese fragmento aislado que el miedo, con su dolor y su placer (resultado del pensar), se ha tornado consciente de su aislamiento? Esa imagen trata, entonces, de identificarse con algo permanente, Dios, la verdad, la nación, la bandera y todo lo demás.
 
Por consiguiente, si el pensamiento es viejo (y es siempre viejo y, por ende, jamás es libre), ¿cómo puede comprender la relación? La relación está siempre en el presente, en el presente vivo (no en el pasado muerto de la memoria, de los recuerdos de placer y dolor), la relación está activa ahora; estar relacionado significa justamente eso. Cuando miramos a alguien con ojos llenos de afecto, de amor, hay relación inmediata. Cuando podemos mirar una nube con ojos que la ven por primera vez, entonces hay una relación profunda. Pero si interviene el pensamiento, entonces esa relación pertenece a la imagen. Uno se pregunta, pues, ¿qué es el amor? ¿Es placer el amor? ¿Es deseo? ¿Es el recuerdo de las muchas cosas que se han desarrollado y acumulado con respecto a nuestra esposa, nuestro marido, nuestro vecino, con respecto a la sociedad, a la comunidad, a nuestro Dios? ¿Puede decirse que eso es amor?
 
Si el amor es el producto del pensamiento, como lo es en la mayoría de la gente, entonces ese amor está cercado, preso en la red de los celos, de la envidia, del deseo de dominar, de poseer y ser poseído, de ese anhelo de ser amados y amar. En eso, ¿puede haber amor por uno y por muchos? Si siento amor por uno, ¿destruyo el amor por el otro? Y como para casi todos nosotros el amor es placer, compañía, consuelo, aislamiento y el sentirnos protegidos en la familia, ¿existe, en realidad, amor alguno? ¿Puede un hombre atado a su familia sentir amor por su prójimo? Podemos hablar del amor teóricamente, asistir a la iglesia y amar a Dios (cualquier cosa que eso pueda significar), y al día siguiente ir a la oficina y destruir a nuestro compañero de trabajo, porque estamos compitiendo con él y anhelamos su puesto, sus posesiones, queremos ser mejores al compararnos con él. Así pues, cuando dentro de nosotros se desarrolla toda esta actividad de la mañana a la noche, e incluso en los sueños cuando dormimos, ¿podemos estar relacionados? ¿O la relación es algo por completo diferente?
 
La relación sólo puede existir cuando hay total entrega de uno mismo, cuando no hay "yo". Cuando el "yo" no está, uno está relacionado; en esa relación no hay separación en absoluto. Probablemente, uno no ha sentido eso, la total negación, la total cesación del "yo", no intelectualmente sino de hecho. Y tal vez sea eso lo que casi todos buscamos, sexualmente o identificándonos con algo más grande. Pero ese proceso de identificación con algo más grande es, nuevamente, el producto del pensamiento. Y el pensamiento es siempre viejo; igual que el "yo", el ego, pertenece al ayer. Surge, entonces, la pregunta: ¿Cómo es posible desprenderse por completo de este proceso aislante que se halla centrado en el "yo"? ¿Cómo puede hacerse esto? ¿Comprenden la pregunta? ¿Cómo puedo yo, estando todas mis actividades cotidianas basadas en el miedo, la ansiedad, la desesperación, el dolor, la confusión y la esperanza, cómo puede ese "yo" que se separa a sí mismo de otro mediante la identificación con Dios, con su propio condicionamiento, con su sociedad, con su actividad social y moral, con el Estado y demás, cómo puede ese "yo" morir, desaparecer de modo tal que el ser humano pueda estar relacionado? Porque si no estamos relacionados viviremos siempre en guerra aunque no nos matemos el uno al otro, dado que eso se está volviendo demasiado peligroso, excepto en países muy lejanos. ¿Cómo podemos vivir de modo tal que no haya separación y podamos de verdad cooperar?
 
¡Hay tanto que hacer en el mundo! Erradicar la pobreza, vivir dichosamente, vivir con deleite en vez de hacerlo con angustia y miedo, edificar una clase de sociedad por completo diferente, una moralidad que esté más allá de todas las moralidades. Pero esto podrá ser sólo cuando toda la moralidad social de nuestros días sea totalmente negada. Hay muchísimo que hacer, y no podrá hacerse si sigue en marcha este constante proceso de aislamiento. Hablamos del "mí" y lo "mío", y del "otro"; el "otro" se encuentra más allá del muro, el "mí" y lo "mío" están de este lado del muro. ¿Cómo podemos, pues, "desprendernos" por completo de ese núcleo esencial de resistencia que es el "yo"? Ése es, realmente, el problema fundamental en toda relación, porque vemos que la relación entre imágenes no es relación en absoluto, y que cuando existe esa clase de relación tiene que haber conflicto, a causa del cual terminamos por estrangularnos unos a otros.
 
Cuando se formulen a sí mismos esta pregunta, es inevitable que digan: «¿Acaso debo vivir en un vacío, en un estado de vacuidad?». Me pregunto si alguna vez han conocido lo que es tener una mente por completo vacía. Han vivido en un espacio creado por el "yo", un espacio que es muy pequeño. El espacio que el "yo", el proceso de auto aislamiento ha creado entre una persona y otra, es todo el espacio que conocemos -el espacio entre el centro del "yo" y la circunferencia-, la frontera establecida por el pensamiento. Y en este espacio vivimos, en este espacio hay división. Ustedes dicen: «Si me entrego totalmente, o si abandono el centro del "yo", viviré en un vacío». Pero ¿alguna vez han abandonado realmente, de hecho, el "yo", de modo tal que no hubiera "yo" en absoluto? ¿Han vivido alguna vez en este mundo, han ido a la oficina con ese espíritu, han vivido así con la propia esposa o el propio marido? Si han vivido de ese modo sabrán que hay un estado de relación en el cual el "yo" no existe, estado que no es una Utopía ni algo soñado ni una experiencia mística, sin sentido, sino algo que puede ser realizado de verdad: vivir en una dimensión donde exista una relación con todos los seres humanos.
Pero eso sólo puede ocurrir cuando comprendemos qué es el amor. Y para hallarse en ese estado, para vivir en él, uno debe comprender el placer del pensamiento y todo su mecanismo. Entonces todo el complicado mecanismo que hemos construido para nosotros y en torno de nosotros, puede ser captado de un solo vistazo. No tenemos que pasar por todo ese proceso analítico punto por punto. Todo análisis es fragmentario y, por lo tanto, no hay respuesta posible a través de esa puerta.
 
Existe este inmenso y complejo problema de la existencia, con todos sus temores, ansiedades, esperanzas, con sus alegrías fugaces y su felicidad pasajera, pero el análisis no va a resolverlo. Lo que sí lo hará es abarcar todo eso rápidamente, como una totalidad. ¿Saben?, uno comprende algo sólo cuando lo mira, no con una mirada largamente adiestrada -la mirada de un artista, de un científico o del hombre que ha practicado "cómo mirar"-, sino si lo mira con atención completa, si ve toda la cosa de un solo vistazo. Entonces comprobará que está fuera de ello. Entonces está fuera del tiempo; el tiempo se detiene y, por lo tanto, el dolor llega a su fin. Un hombre que sufre, que teme, no está relacionado. ¿Cómo puede tener relación alguna un hombre que persigue el poder? Puede tener una familia, dormir con su mujer, pero no está relacionado. Un hombre que compite con otro no tiene relación en absoluto. Y toda nuestra estructura social con su inmoralidad se basa en esto. Estar fundamentalmente, esencialmente relacionado, significa la terminación del "yo" que engendra separación y dolor.
 
Pláticas en Europa, París, 25 de abril de 1968
 
 
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